Nunca olvidaré aquella célebre conversación entre el cineasta Alfred Hitchcock y el mago vienés Johan Nepomuk Hofzinser. Puede que hubiera alguien más compartiendo una botella de vino con ellos en el pequeño bistró de París. Quizá alguno de los artistas habituales de la orilla izquierda del Sena, pero si dijo algo, no fue importante.