En mi afán de
buscar los porqués del funcionamiento humano no dejo de toparme con conceptos
que constantemente están relacionados con la práctica del arte mágico. Hace ya
unos años escuché acerca de las neuronas espejo, quizá uno de los hallazgos más
importantes en neurociencia de las últimas décadas.
Para quién no
haya oído jamás de ellas, son un subconjunto de neuronas más sofisticadas que
las neuronas comunes y además, están más especializadas en el ser humano más
que en cualquier otro animal. Su función básicamente es permitirnos ponernos en
el lugar del otro y empatizar. Vernon Mountcastle junto a sus compañeros, fueron quiénes las descubrieron, pero no es
hasta 1990 cuando comienzan a tener relevancia para lo que vengo a contar.
El experimento
clásico (y la forma en la que se descubrió por accidente) consiste en conectar
a un chimpancé a una máquina que registre su actividad eléctrica cerebral
(EEG), mientras que el experimentador realizar algunas acciones simples, como
coger un objeto, comer un plátano, etc… Todos podemos entender que si uno mismo
está realizando acciones, las áreas del cerebro relacionadas con esas acciones
estén activadas en mayor medida, pero lo que pasó con el chimpancé es que se
registraron los mismos niveles de activación en su cerebro a pesar de que no
estuviese haciendo nada, tan sólo observar de manera pasiva como el
experimentador ejecuta determinadas acciones.
Comparando a
un ser humano con un chimpancé podemos ahondar más en el conocimiento de las
neuronas espejo. Y así lo hicieron los investigadores, repitieron el
experimento pero con una variación, en vez de realizar acciones, hicieron el
gesto de hacerlas, la pantomima de coger un objeto imaginario de la mesa. El
resultado fue la activación de las áreas motoras tanto en monos como en el ser
humano, pero la activación fue mucho mayor en éstos últimos con respecto a los
chimpancés.
Gracias a
estos últimos resultados se pudo realizar una definición mejor de las neuronas
espejo asignándolas unas series de funciones: capacidad de empatizar (como ya
lo he comentado antes), y captar la conducta del otro en términos de qué, cómo
y porqué.
Es debido a
estas neuronas la capacidad que tiene el ser humano de entender una obra de
teatro, un espectáculo de danza o un número de mimo. Y esto último, (el porqué)
creo que es lo interesante con respecto a lo que nosotros nos incumbe:el gesto
mágico. En una entrada anterior, la conclusión a la que se derivo fue que el
gesto mágico debe ser contingente y congruente con el efecto mágico. Ahora se
puede añadir que no sólo eso sino que además debe ser representativo y debe
tener intención, de manera que el espectador pueda anticipar antes de ver el
efecto que es lo que le viene encima. Cómo nos gusta cuando hacemos magia que
el espectador anticipe qué es lo que va a pasar antes de que se lo anuncies:
“No me digas que va a estar ahora en tu bolsillo”. No sabemos el porqué pero
hay juegos que propician que ocurra esto más frecuentemente, quizá hay alguna
acción nuestra que es captada por sus neuronas espejo de manera intuitiva y que
nosotros no nos demos cuenta. Bueno, quizá con el gesto mágico, es una forma de
controlar esto, hacerlo consciente y generar esa reacción cuando a nosotros nos
interese. Recordemos el clásico gesto del agua y aceite, donde los dedos
entrecruzados, se separan para que una mano quede por encima de la otra
representando la disolución de las cartas negras y rojas. O la máquina del
tiempo, cuando giramos la carta a medio introducir en la baraja en sentido
contrario a las agujas del reloj, para retroceder segundos atrás cuando
estábamos sosteniendo el as de picas. Hay muchos más ejemplos, pero simplemente
he nombrado estos para tener una visión cercana (pues muchos hemos
experimentado con estos juegos) acerca de la potencia de estos gestos mágicos.
Como diría Gabi, ya vale de tanto “chasquidito”.
Por último me
gustaría dejaros con un ejemplo práctico de cómo las neuronas espejo modulan
nuestra forma de pensar, y de captar nuestras intenciones. Os voy a presentar
dos imágenes abstractas, a las cuales hay que asignarlas un nombre. Yo te
propongo que uses estos dos: KIKI y BUBBA. Tú decides a cuál le asignas cada
uno de los nombres, no te demores mucho, hazlo de manera intuitiva, no hay
respuestas malas ni buenas.
¿Ya está?
La mayoría de la gente asigna a la imagen
de la izquierda (la azul) el nombre de KIKI, mientras que a la otra BUBBA. La
explicación es bien sencilla, y quizá intuitiva. Las características físicas de
las imágenes nos condicionan, por ejemplo, el nombre KIKI ya sea de forma
visual (la K) o de manera auditiva (su fonología), nos genera una
representación que encaja mejor con la figura azul mientras que BUBBA, por la
redondez de sus B se empareja más fácil con la imagen verde.
Si tu las has nombrado del otra manera,
tranquilo, no es signo de ningún desorden mental.
Me despido con una frase de Hume: “Las
mentes de los hombres son espejos unos de otros”.
Referencias:
•García García, Emilio y González
Marqués, Javier y MaestúUnturbe, Fernando (2011) Neuronas Espejo y Teoría de
la Mente en la explicación de la empatía. Ansiedad y Estrés, 17 (2-3). pp.
265-279. ISSN 1134-7937
•Programa Redes. Entrevista a Marco
Iocononi.
•Charla TEDX Ramachandran.
Estupendo Eduardo! Un enfoque interesante para ver cómo podrían ciertas representaciones simbólicas gestuales (en este caso), ser procesadas y asimiladas por nuestro cerebro. Un abrazo! (Vicente Mustieles)
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