Son múltiples y de variada condición las motivaciones que pueden impulsar al ilusionista en su actividad artística. Desde mi perspectiva particular, siento el arte de la magia como un continuo proceso de aprendizaje cognitivo en el que la realidad se muestra así misma fuera del espectro limitado de la nomotética. Este prisma filosófico se sustenta en el anhelo primitivo, íntimo y profundo de experimentar la naturaleza sagrada, escurridiza, dinámica y cambiante de dicha realidad. La magia es un modelo de transgresión cultural basado en una interpretación caleidoscópica y alternativa de determinados hechos en los que las leyes naturales conocidas por el hombre son alteradas intencionadamente. Es de capital relevancia comprender que, a pesar de los prejuicios castrantes, propios de la ignorancia de una sociedad arrogante como la nuestra, la taumaturgia se manifiesta en un estrato del conocimiento que no se corresponde con el que genera nuestras cuestionables concepciones paradigmáticas. Por ello, incapaces de tornar a un estado matriz de la mente, atrapados en el enfoque excluyente y delimitante de nuestros prototipos ideológicos, negamos cualquier forma de manifestación de la realidad que no se ajuste a la visión parcial del academicismo oficial. Esta inhabilidad perceptiva nos impide comprender la idiosincrasia de culturas lejanas y ancestrales; sociedades cuyos ritos y actos mágicos no pueden ser escrudiñados por el empirismo cientifista en función de mutaciones externas y objetivas. Nada delata a ojos del no iniciado evidencia alguna de tal tentativa de índole ritual. Pero el payé o chamán que vuela a mundos inefables no puede trazar a su regreso ningún itinerario físico, ni traer consigo fetiches de su periplo extracorpóreo. Por otro lado, el cúmulo de hipótesis que se aventuran a situar al Otro Mundo en la psique, en un espacio físico (objetivamente ubicable), en una dimensión desconocida o en un paraje onírico, marcan la línea de una tendencia tan delirante como la huera pretensión de situar nuestro planeta sobre un punto concreto en el inconmensurable mapa del vasto océano cósmico. No obstante, hemos de destacar que todas estas cuestiones carecen de sentido dentro del contexto social de las culturas primitivas, que no se encuentran circunscritas al sistema conceptual de opuestos vigente en Occidente, un sistema en el que términos como cuerpo u objeto real, por poner tan sólo un ejemplo, son la antítesis de otros como alma u objeto imaginado. La cosmovisión de las comunidades tribales está compuesta por múltiples esferas de la realidad que se conectan constantemente revelando nuevas formas creativas de expresión de la naturaleza. Entonces, el origen de un fenómeno no se encuentra ya dentro o fuera del sujeto, no es real ni imaginado, no se haya ni en la psique ni en el mundo físico de las cosas conocidas por los sentidos, no se sitúa en remotas dimensiones sobrenaturales ni en entrañas de bosques vetustos. En el mismo espacio, cohabitan el animal físico y el mitológico, el morador humano y los espíritus guardianes de ríos, cavernas, rocas o árboles.