En un comentario a un artículo reciente, Luis Arza me contaba que, a pesar de que una actuación de globoflexia no era especialmente mágica para los adultos, sí que era lo sin ninguna duda para los niños.
A poco que reflexioné tuve que corroborar la idea. Y es que la sensación que a los niños tiene que darles la posibilidad de moldear un material que suele estallar a la más mínima tensión y, no sólo moldearlo, sino transformarlo en espadas, perros y otras sorprendentes formas no tiene por menos que ser muy mágico para ellos.