Me gusta jugar con las presentaciones. Creo que es uno de
los aspectos de la magia que más me permite expresarme. No entiendo la
presentación como un parche (como ocurre tantas veces), me horroriza oír cosas
como: “El juego es raro, pero con una buena charla puede estar bien”. El efecto
y la presentación son una misma cosa. En el momento en el que uno se construye
para darle sombra al otro, la estructura se cae.
Por eso me gusta trabajar en la presentación. Me hace
trabajar en las estructuras, encontrar nuevos efectos, nuevos acercamientos a
lo que quiero decir, nuevas formas de expresión. Y como, a pesar de ser muy
disoluto, me gusta tener ordenadas ciertas cosas, pienso en las estructuras
presentacionales como si fuesen técnicas. El concepto es uno, el origen de lo
que quiero contar, pero el cómo lo cuente, qué fórmula utilice, modificará
sustancialmente el tipo de efecto y lo que perciba el público.
La fórmula: De la Realidad a la Ficción es una de las que
más me divierten. Muy brevemente, comienzo a contar un evento real
(preferiblemente que me haya ocurrido a mi) que deriva en una ficción sin pies
ni cabeza, pero directamente relacionada. Es muy importante la conexión entre
ambos puntos. Mis artículos sobre la coherencia del absurdo, abundan hasta el
aburrimiento sobre este tema.
Por partes, que todo es más fácil si los bocados son
pequeños.
El evento real. Es el inicio de la presentación, el gancho.
Lo que debe hacer que el público se revuelva sobre su asiento y decida poner
todo su interés en lo que va a ocurrir. El principio es fundamental.
Utilizo una historia verdadera. Algo que me haya ocurrido o
vivido de cerca. No soy actor, pero quiero generar toda la empatía posible lo
antes que pueda. Contar algo real me permite utilizar un tono casi de
confidencia, transmitir las emociones que a mí me produce recordarlo y
contarlo, dar la sensación de que sólo estoy contando una parte (al no ser una
presentación totalmente ficcional estoy sintetizando un escenario real, hay
cosas que quedan en el tintero, y eso se nota). Los espectadores entienden que
es algo que me afecta y la condición humana nos lleva a interesarnos por la
vida de los demás. Quieren saber cómo sigue porque ven cómo me afecta. Lo creen
porque es verdad. Han caído en la trampa.
El tránsito a la ficción. Tengo que llegar a las
consecuencias imposibles, pero no puedo hacerlo de golpe. No hay un espejo
definido que cruzar. Lo interesante de este tipo de presentaciones es vivir en
el enorme espacio gris en el que la realidad y la ficción se entrecruzan sin
que ninguna tenga protagonismo. Puedo hacer que un elemento real se comporte de
forma un poco irreal, que un acto lógico tenga una consecuencia ligeramente
absurda. Jugar con los conceptos espacio-tiempo.
Lo importante es poder llegar al final ficticio sin que los
espectadores puedan definir cuando rompemos las reglas. Quiero que después de
la actuación los espectadores vengan y me pregunten si aquello ocurrió de
verdad, y que no lleguen a saber en qué punto comienza a ser una invención (o
una metáfora). Quiero que vivan un tiempo en ese espacio gris. Que disfruten de
los puntos de realidad perdida, que quieran creer la ficción y arrastren la
realidad todo lo posible.
La ficción. La irrealidad final. El momento mágico. La
historia termina en un imposible. Los hechos derivan en unas consecuencias
imposibles bajo un prisma racionalista. Es la oportunidad de la metáfora. Puedo
modificar la realidad para llegar al concepto que quiera transmitir desde el
principio. Por otro lado, debe respetar mis convicciones sobre la lógica del
absurdo y tener un vínculo suficientemente fuerte con la realidad para que la
historia se sostenga.
El espectador sabe que he dicho la verdad (al menos al
principio), saben que me he abierto a ellos personalmente, y que he llegado a
una ficción que cierra la presentación. Han entrado en el juego, un juego
compartido. Hemos jugado a rasgar la realidad y los he tratado como
protagonistas, cómplices, y no como meros espectadores lejanos.
Entiendo que esta estrategia pueda parecer confusa sobre el
papel, pero con un par de ejemplos, tal vez pueda hacerme entender un poco:
Hansel y Gretel. El cuento recopilado por los Grimm es un
ejemplo fantástico. Puede ser verdad que los padres, incapaces de sostener a la
familia, hayan decidido abandonar a sus hijos. Es un hecho potente, veraz, y
empático. Sin embargo, el camino de piedras todavía es algo muy real, pero el
de migas de pan ya comienza a cruzarse con la ficción. Los niños siguen a un
pájaro blanco hasta la casa de la bruja. La ficción ya se enhebra totalmente
con la realidad, pero todavía conviven. La casa de chocolate, la bruja y el
hecho de cebar a los niños, ya son una ficción absoluta. Pero el tránsito es
difuso, no hay choque, hay un lento paso de un estado a otro.
Yo presento el espectador corta por los ases partiendo de
una realidad: Un día me quedé encerrado en un ascensor. Es algo creíble (tanto
que es cierto) y no me cuesta conectar con los espectadores porque puedo
transmitir claramente la situación y ellos evocarla o recordarla (a alguno le
habrá pasado algo parecido). Mis intentos de salir del ascensor suponen el
tránsito a la ficción. Golpeo la puerta, llamo al timbre... pero termino
decidiendo llamar telepáticamente al ascensorista. Ahí se cruza la ficción. El
final deriva en una ficción cómica y me permite cortar por los ases en un
ejercicio de telepatía.
Los espectadores me suelen preguntar hasta qué punto es
verdad la historia. Es algo que les genera el suficiente interés como para, una
vez terminada la actuación, acercarse a mí y preguntarme. Se interesan por mí,
por mi vida. Ya no van a recordar un par de manos haciendo “trucos”, me van a
recordar a mí. Merece la pena probarlo, ¿no?
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