Llevaba varios días persiguiendo a Fitzgerald por todos los bares de copas de París. En cuanto le vi salí corriendo del café para preguntarle por Zelda. Desgraciadamente me perdí parte de la conversación entre Hitchcock y Hofzinser, que estaba recrudeciéndose en torno al personaje. Cuando volví a tomar asiento, con las manos congeladas por el húmedo frío de febrero, ya habían terminado el café y se habían vuelto a relajar.