Me gusta pensar que la magia no se produce ni en el mago ni en el espectador, sino en un lugar intermedio en el confluyen las esferas personales de ambos. Así se genera un espacio común de juego y empatía. Imagino como las proyecciones personales tanto del mago como del espectador se estiran para encontrarse en un lugar onírico dominado por la esfera mágica. Creo que es posible crear un mundo completo en el que convivir durante el tiempo que dure el espectáculo.
Para poder habitar este mundo especial es importante tener en cuenta de antemano ciertos aspectos internos. El mago es quién conoce las reglas sobre las que se fundamenta y quién invita al espectador a jugar con él. La única misión del espectador consiste en dejarse llevar y disfrutar del entorno que se ha construido a su alrededor. Pero no es fácil convivir en un mundo desconocido. El terreno ajeno suele resultar hostil e incómodo, y aquí viene la principal labor del mago: crear un universo coherente en el que el espectador pueda sentirse arropado. Para ello debe conocer, o al menos comprender, las nuevas reglas naturales creadas especialmente para él.