lunes, 15 de noviembre de 2010

la Magia y el asombro - por Mariano Vílchez

El otro día dejó de funcionarme el mando del coche.

Al salir de coche, traté de cerrar el coche con el mando. Tras unos segundos absorto y bloqueado, me di cuenta de que estaba tratando de hacer algo imposible. Estaba intentando cerrar el coche con un mando que ya no funcionaba.

Tras experimentar cierto fastidio, introduje la llave en la cerradura y usando el modo tradicional, giré la llave y cerré el coche.

Confieso que sentí cierto asombro al comprobar que el mecanismo antiguo seguía vigente y la sensación de cerrar manualmente me alivió, transportándome durante un instante a una época anterior, la época en que los coches se cerraban girando la llave en la cerradura de la portezuela.

Al caminar hacia casa, fui consciente de que había experimentado dos momentos de asombro en esta experiencia.

El primero durante mi bloqueo al darle al mando una y otra vez compulsivamente hasta despertar de mi inconsciencia.

Y el segundo, cuando introduje la llave y se obró el milagro de que el antiguo y olvidado procedimiento siguiera funcionando.

Y luego me pregunté si era correcto calificar ambas experiencia con el término “asombro” y, si no, ¿por qué me había venido entonces a la mente?

Han ido pasando los días y no he encontrado el momento de pasarme por el taller para reparar la avería del mando, por lo que he tenido que fastidiarme y volver al viejo proceso de cerrar y abrir a la antigua usanza, con el fastidio que ello supone, sobre todo cuando tienes que cargar con varias cosas recién sacadas del asiento trasero o del maletero, porque tienes que dejarlas en el suelo para cerrar y luego has de hacer el esfuerzo de volverlas a coger, acto que te ahorras con el mando, ya que con un golpe de brazo o de pierna puedes cerrar la portezuela y darle al mando con los brazos cargados.

Con ello he vuelto a ser consciente de la existencia de la cerradura de coche, ya que durante unos días (soy duro para cambiar de hábitos) me he empeñado en intentar abrir con el mando, olvidándoseme cada vez que el artilugio estaba jodido, por lo que cada vez he sentido el mismo fastidio de tener que acercarme a la puerta para meter y girar la llave una y otra vez.

La primera experiencia y las posteriores desembocaron en una par de preguntas que originaron este artículo.

¿En qué consiste exactamente el asombro y qué relación existe entre la magia y el asombro?

Según la RAE el asombro es, en el sentido que nos interesa, gran admiración o extrañeza. En otra acepción no relevante, añade las dimensiones de susto o sorpresa.

A mi juicio, estos términos son insuficientes para delimitar el coto de lo que yo entiendo por asombro.

Por ello, tras darle vueltas varios días al concepto y dejándome influir por el uso que se hace del término en otros contextos (magia, filosofía oriental, etc…), he decido establecer algunas aproximaciones personales a la definición del término.

Ahí van.

El asombro es sorpresa, lo inesperado, lo que no tenía que suceder y sucede (o lo inverso, lo que debía suceder y no sucede).

El asombro es la resistencia a creer lo que se está viendo. Es mirar con interrogación en busca de un porqué para algo que no cuadra, que no puede ser.

Y en este sentido el asombro es una de las manifestaciones más supremas de la experiencia mágica.

Precisando el punto anterior y entrando ya plenamente en el dominio mágico, se puede decir que el asombro es el exquisito fenómeno mental que sucede en aquél que se empeña en mirar en busca de algún dato que contradiga la visión imposible de lo que está presenciando, al tiempo que intenta explicarse dicha visión.

El asombro es ese delicioso vaivén mental que va de lo visual a lo racional y viceversa.

Es como el espectador que presencia la revelación del Fuera de este mundo.

Si te fijas en su mirada, a menudo notas que está perdida en el tapete buscando una carta “descolocada” que suavice la imposibilidad de lo que está sucediendo, al tiempo que le está dando vueltas a cómo se ha podido llegar a tal situación, habiendo decidido él mismo el reparto.

Al final, tras unos instantes de ir de la contemplación del tapete a la reflexión retrospectiva (y viceversa), el espectador se rinde al efecto.

Esta experiencia adquiere un carácter peculiar en algunos juegos de Paul Harris.

De hecho, en algunos de sus efectos, el espectador no sólo puede cuestionarse visualmente lo que está viendo, sino que además puede interaccionar con los elementos mediante el tacto o la manipulación, en un intento de resistirse a la experiencia mágica.

Esa resistencia o ese “quedarse pillado” es similar a lo que me ocurrió a mí, mientras intentaba abrir el coche compulsivamente con el mando roto, sin ser consciente de que estaba en un bucle sin retorno, hasta que desperté de mi inconsciencia y me rendí a la inoperancia del mando.

Estos instantes de lucha arriba descritos, son para mí el quid del asombro. Sólo una vez que se superan (asumiéndose la derrota intelectual y la rendición a lo visual) se produce al fin el abandono a la experiencia mágica.

Pondré un par de ejemplos del maestro Harris.

Uno es el Twilight Angels, efecto en el que uno de los ángeles ciclistas de la bicicle desaparece del dorso de la baraja para, al final del juego, reaparecer al lado del otro, pedaleando ambos en la misma dirección.

Por la naturaleza del efecto, el espectador se resiste pensando que el ángel consiste en algún tipo de calcomanía. Por ello intenta rascar el dorso buscando confirmar su teoría.

Al final tiene que rendirse a lo imposible.

Otro efecto exquisito sacado del Arte del Asombro (magistral obra del mismo autor) es uno que se realiza con dos monedas, una grande, por ejemplo de dos euros y otra pequeñita, por ejemplo de 20 cms.

El juego se realiza en el suelo. En mi presentación hablo del modelo heliocentrista, en el que planetas como la Tierra giran alrededor del Sol.

Pongo la moneda de dos euros en el suelo y con la de 20 cms describo un círculo a su alrededor, emulando la trayectoria de la Tierra en torno al Sol.

Luego digo que antiguamente se pensaba que la tierra estaba en el centro del universo y de que todo giraba en torno a ella. Para ilustrarlo, ahora dejo la moneda de 20 cms en el centro y giro la de 2 euros a su alrededor.

Entonces digo que durante siglos existió la idea de que la tierra estaba fija en el centro del cosmos, y, diciendo esto, toco la frente del espectador.

Ahora le pido al espectador que manipule las monedas. Mueve la de 2 euros, nada sucede. Sin embargo, cuando intenta mover la de 20 cms, no puede.

¡La moneda está literalmente pegada al suelo!

El espectador intenta despegarla con ahínco, pero es en vano. Al final se rinde al asombro más absoluto. De nuevo ha habido lucha previa a la rendición.


Y ahora otra visión del concepto de asombro. Nos vamos a Oriente, a la filosofía budista.

Según el budismo zen, el asombro está presente en el que se ha liberado de las cadenas del pensamiento y puede disfrutar con la conciencia de los sentidos de cada experiencia de la vida, imbuyéndose totalmente en ella y recuperando la fascinación por todo lo que existe.

Es una especia de felicidad continua de vivir cada momento sin preocupaciones, sin quedarse pillado en el pasado ni atado al futuro del momento siguiente, viendo cada cosa que ocurre en el presente como algo único, irrepetible y maravilloso.

Según esta visión, la persona liberada siente un cierto asombro por todo lo que le sucede, todo le parece trascendente y especial, hasta las cosas más simples como fregar los platos.

Retomaré esta idea más adelante, aunque ahora me impulse (junto a todo lo anterior) a la pregunta siguiente.

¿Cuáles son los enemigos del asombro y cuáles son sus correspondientes antídotos, si es que existen?


Para mí los enemigos del asombro son tres: la costumbre, la racionalización científica y el aferrarse a la lógica o al sentido común (al presenciar magia).

1. La costumbre.

La costumbre hace que las cosas dejen de asombrarnos. El milagro de un sol que sale y se pone cada día es un hecho asumido, por lo que hemos dejado de valorarlo. El milagro de un televisor, de un teléfono móvil, del agua corriente.

Todas estas cosas maravillosas nos son obvias simplemente porque estamos acostumbrados a ellas.

La costumbre no solo anula el asombro ante las cosas sino que hace que dejemos de verlas.

Cada día disfrutamos de multitud de cosas buenas en nuestra vida pero, al darlas por hecho, ni siquiera las vemos. Cuando fallan o nos faltan, entonces es cuando volvemos a reparar en ellas.

Recuerdo vagamente un ejemplo que Gea me contó de alguien que abría varías veces al día una puerta girando el pomo de la misma. Un día, el pomo no giró y sólo entonces esa persona reparó en que el pomo tenía una cerradura (que alguien había cerrado en esa ocasión).

Algo así me pasó cuando redescubrí la cerradura de mi propio coche al tener que abrirlo manualmente.

La costumbre mina la relación amorosa más fuerte. Al principio, el simple roce de una mano estimula todo nuestra fisiología. Con el tiempo paseamos cogidos de la mano y ni notamos el contacto. Se dice que la rutina mina el amor. ¿Y qué es la rutina, sino costumbre?

Pero incluso la magia puede verse mermada por la costumbre.

Si la rutina que realizamos tiene varias fases y es repetitiva (agua y aceite, ambiciosa, adivinación múltiple), el espectador puede acostumbrarse y empezar a dar por hecho el efecto, minusvalorándolo.

Una solución puede ser acentuar la dificultad de las condiciones o la claridad del efecto de forma progresiva (ya sea variando el método o reservando su máximo potencial para el final.

También nuestra magia puede verse mermada por la costumbre en relación a nosotros mismos. Realizar un juego una y otra vez puede hacer que nos cansemos de él, que dejemos de pulirlo y busquemos nuevos efectos que nos parecen más atractivos por su novedad.

Y no sólo eso, sino que a la hora de hacer estos juegos más trillados, los hacemos con menos energía y entusiasmo, de forma más tediosa.

Recuerdo una anécdota de Derren Brown narrada en su libro Pure Effect que, según cuenta, cambió su forma de ver la magia (y de hacerla).

Dice que en una ocasión Eugene Burger lo estuvo observando mientras hacía magia de cerca por las mesas en un restaurante. Al terminar Eugene le dijo que los efectos le habían parecido buenos pero que había echado en falta más entusiasmo y energía. Estas fueron más o menos sus palabras:

“Para ti los efectos que haces en cada mesa son conocidos y rutinarios, pero piensa que esos 2 o 3 minutos de magia que les regalas a los espectadores son totalmente nuevos para ellos.De hecho ésta puede ser la única oportunidad que tengan en su vida de presenciar magia de cerca. Tu breve actuación les puede suponer una anécdota que contarán durante años”.

Y es cierto. Una vez leí que la probabilidad de que un profano presenciara la actuación de un mago de cerca en vivo era de 1.6 veces en la vida. Esta estadística nos debería estimular a dar siempre lo máximo en nuestras actuaciones.

Para ello también ayuda recordar la emoción que sentimos la primera vez que presenciamos el efecto que pretendemos realizar (o alguno similar), sabiendo que es esa misma emoción la que pueden llegar a sentir los espectadores con nuestra actuación.


2. La racionalización de la explicación científica o técnica.

El conocer la explicación científica de algo anula el asombro, aún cuando no entendamos la explicación.

Nos han contado que la tele es el resultado un bombardeó de electrones a través de tubo catódico y sólo por eso la tele ya no nos asombra (además de estar acostumbrados a ella, claro está). Sea lo que sea, es ciencia, algo racional y explicable. Aún cuando no entendamos el mecanismo ni sepamos siquiera lo que es un electrón, sabemos que hay explicación y ya no cabe el asombro.

Es paradójico. Recuerdo una anécdota donde un grupo de profesores de mi instituto asistimos a una charla sobre las nuevas pizarra digitales para el aula docente (una pura maravilla lo que se puede hacer con ellas, auténtica magia).

Tras la charla, tomamos café y la situación se prestó a hacer una par de juegos. Hice una sencilla asamblea y un efecto de adivinación. Me llamó la atención la dos sencillos efectos causaran un fuerte impacto ante el grupo de gente que había asistido con total indiferencia a los milagros visuales de la pizarra digital, sólo porque sabían que tenía “explicación científica”.

Para mí esta idealización de la ciencia, erigiéndola en el nuevo mito de nuestra era, es un total sinsentido. Las teorías se muestran inexactas y se suceden unas a otras, en busca de una verdad que nunca se termina de alcanzar.

Y entre tanto, grandes y pequeñas preguntas siguen sin respuesta.

¿Cuál es el origen del universo?

¿Dónde este la masa en las partículas elementales?

¿Por qué se atrae un protón y un electrón? ¿En dónde radica realmente la carga negativa y positiva?

Eso sí la ciencia nos evita el tener que asombrarnos por lo que nos rodea, asumiendo y dando por hecho la magnificencia del cosmos.

El antídoto para este enemigo del asombro es simplemente estudiar algo de ciencia y técnica para darse cuenta de las maravillas del universo y de nuestra limitación como conocedores de la realidad.

A menudo, muchos grandes científicos, conforme han ido avanzando en sus investigaciones y raíz de sus descubrimientos, han vuelto a recuperar su capacidad de asombro ante la magnificencia del cosmos.

3. Aferrarse a la lógica o al sentido común al presenciar magia.

Hay espectadores que no quieren asombrarse, que tienen miedo de perder el control racional. Para ellos la magia es poco más que habilidad, velocidad y mangas. Incluso cuando no encuentren explicación alguna, te terminan soltando:

Algún truco tiene que haber porque la magia no existe.

Se dicen a sí mismos que hay una causa para lo que han visto, aunque ellos no den con ella en ese momento. Con esta racionalización evitan el tener que abandonarse a la emoción mágica.

Es complicado tratar con este tipo de espectador (que se merecería un artículo aparte, por el reto que supone).

Creo, sin embargo, que ayuda el recurrir a juegos lentos y claros, poco o nada manipulativos, donde el mago apenas toca y lo hace todo (o casi todo) el espectador.

Por otro lado, convendría recurrir a un enfoque ficcional de nuestra magia para estimular su imaginario, alejando nuestros juegos del mero reto intelectual. Aún así la batalla se revela difícil.

Volviendo a la idea del asombro espiritual, creo que en la infancia, el hecho de estar poco acostumbrados a las cosas y no conocer demasiada ciencia hace que experimentamos el asombro como en pocas etapas de nuestra vida.

Por eso la magia tiene esa bendición de devolvernos a la niñez, donde todo era emocionante, nuevo y asombroso: los colores, los sabores, la capacidad de juego en cualquier lugar y con cualquier elemento.

Me viene ahora un recuerdo de mi viaje de novios al sur de Francia, país donde pasé toda mi infancia hasta los catorce años. Al volver veinte años después y nada más llegar, entré en una panadería en busca de los exquisitos bocados de la pastelería francesa que recordaba de mi infancia.

Lo curioso es que, a pesar de lo apetitoso de aquellos dulces, no encontré el sabor que recordaba de mi niñez. Cuando le dije a mi mujer que los pasteles no eran los mismos que cuando era niño, mi mujer me espetó una gran verdad.

"Los pasteles son los de siempre. Tú eres quien ha cambiado".

La magia nos devuelve a la niñez porque nos presenta hechos a los que no estamos acostumbrados porque son, entre otras cosas, imposibles. La magia nos lleva a asombrarnos por el hecho de que una carta firmada suba al lomo de la baraja una y otra vez, aunque seamos indiferentes al hecho de que cada día se ponga o salga el sol o al milagro de la conexión global a Internet.

Además la magia nos devuelve a la consciencia de las cosas. Porque el asombro es la consciencia repentina de lo olvidado, Y ahí radica, en parte, la fuerza de la situación final ascaniana . Aparte del contraste que supone –y por el propio contraste-, la situación final ascaniana cobra nueva luz y conciencia.

El espectador que contempla la baraja separada por colores tras la revelación del Fuera de este mundo nunca habrá sentido que una baraja está tan separada por colores como en aquella ocasión. La consciencia del hecho es mayor por su imposibilidad.

El espectador habrá visto barajas ordenadas varias veces en su vida, (siempre que haya sacada una baraja nueva del estuche) pero nunca habrá sido tan consciente de una ordenación como cuando, tras la octava faro del Ritual de iniciación, contempla la reordenación final.

El espectador habrá tenido alguna vez la experiencia de pegar algún objeto a la mesa o al suelo a lo largo de su vida (seguramente en su infancia). Sin embargo pocas veces sentirá que una moneda está tan pegada al suelo como al final del juego de las monedas de Paul Harris anteriormente citado.

Tras la lucha inicial de intentar despegarla (porque siente que es absolutamente imposible que esté pegada, pues la ha visto moverse instantes antes), al final no tiene más remedio que ceder, sintiendo de forma rotunda, que aquella moneda está pegadísima al piso, como nunca en su vida había sentido que ningún objeto estuviera pegado a ninguna parte.

Una vez más la situación final ascaniana se vuelve consciencia en la mente del espectador.

Aunque según cierta filosofía oriental, la consciencia del aquí y ahora no debería limitarse a ciertos momentos (como al de la situación final ascaniana), sino que el asombro debería ser continuo. Con él dejaríamos de dar las cosas por hechas y recuperaríamos la fascinación por todo lo que nos rodea, como cuando éramos niños.

Por cierto ya me he acostumbrado a abrir y cerrar el coche girando la llave. Ya he dejado de pensar en ello y no soy consciente del proceso. El asombro de cerrar manualmente, en el sentido oriental de la palabra “asombro”, ha desparecido…




Retomo este artículo porque finalmente he encontrado el momento y al fin me he pasado por el taller. Me han cambiado la pila del mando y he vuelto a sentir la mágica sensación de poder abrir y cerrar el coche a distancia. ¡Oh maravilla tecnológica!

Por desgracia sé que dentro de pocos días me acostumbraré de nuevo al mando y dejaré de valorarlo, como he dejado de valorar el agua corriente, la pantalla plana de mi ordenador o las vueltas que da mi planeta sobre sí mismo y alrededor de ese sol que sale y se pone a diario.

Ya no seré consciente de nada de eso porque habré olvidado como la mayoría de gente una gran verdad:

La verdad de que, en última instancia, todo lo que sucede en este increíble universo es fascinante… y mágico.




Nota: El juego de las monedas de Paul Harris viene descrito en el foro en el área de exposición.

4 comentarios:

  1. Interesante artículo. Muy fino de pensamiento considerar la Ciencia como un mito. Es exactamente lo que es, un mito cuya filiación es: primero el Conocimiento (Unidad Primordial, Primera Inteligencia...), después la Sabiduría (oculta en el Libro, guardada por la Gran Serpiente...), luego la Ciencia Sagrada del Tiempo estructurado y cuando el mito se degrada y se racionaliza se convierte en la ciencia moderna, es decir, en la ciencia de todas las épocas que han renunciado a los mitos, como es el caso actual.
    Por otra parte, cuando el espectador pertinaz dice "algún truco debe haber porque la magia no existe" quizás lo que nos molesta es que acierta de lleno en lo que se le está comunicando. Si el mago no cree en la Magia, la difícil batalla es imposible de ganar.
    Y totalmente de acuerdo: sin asombro no hay magia, porque si el espectador no se sorprende, no es posible llevarle hasta el Efecto Metafórico que da sentido a la experiencia mágica.

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  2. Gran artículo!, muchas gracias por compartirlo!

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  3. Interesante artículo, me ha gustado mucho leerlo.

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